Este relato es mejor si lo leen acompañado de la cancion "Una musica brutal" que esta en mi reproductor a su derechate>
Han pasado muchos años desde que pisé esta ciudad por última vez. Mi ciudad natal se ha puesto más sucia, y brillante, los edificios siguen altos, y las calles tapizadas del transito infernal de la eterna hora pico. Como antes, no puedo evitar preguntarme sobre la ingenuidad de sus habitantes, no puedo dejar de mirarlos divertida y extrañada, ¿Cómo hacen para perderse en trivialidades? Miro a una chica, haciéndole una rabieta a quien parece su novio por no llegar a tiempo, sonrío, en su aferrada y torpe ingenuidad no ve que podría morir mañana y no lo vería nunca más. Sí, las cosas siguen inmutables y ahora como antes también me pregunto que tanto han cambiado las actitudes humanas con el paso de los siglos, esa vocecita en mi mente me contesta desesperanzada que no mucho.
Miro a la gente, los padres cerrando los ojos a las actitudes hirientes de sus hijos, fomentándoles la violencia justificada por la defensa o el machismo, las madres con esas actitudes de victimas intimidantes que se sacan el bocado de la boca para que alguna vez sus hijos lo hagan por ellas, vuelvo a sonreír, casi vomito una carcajada. ¡Hay madres, santas y puras! Vale más la patada en el hocico que la conmiseración falsaria que ostentan.
Y siguen pariendo hijos, engendros justificados por el egoísta afán de preservar la especie, o retener al marido, o chingarse unas buenas bragas…
Camino más que por gusto, por buscar un refugio donde esconderme de tanta porquería… ¿sería esto lo que Dios quiso terminar cuando destruyó Sodoma? eso de que solo fuera el sexo lo que no le gustaba, no me lo trago… porque hay cosas peores, mucho más cabronas que el sexo.
Hay tanta gente que me invade el reflejo nauseoso, quiero escapar, de sus rizas, de sus gritos, de la energía infernal que desprenden, siento mareos; en un momento más me desvaneceré. Pero es un golpe de vista lo que me devuelve antes del shock; dudaría si sólo te hubiese visto, dudaría si me confiara sólo de mis cinco sentidos esenciales, pero te sentí y ahora mismo te siento cerca. Te busco con la mirada, ya no me siento tan pesada, ya no me siento tan angustiada. ¡Quiero verte! Ahora lo sé, por eso volví.
Siento que te alejas, así que sigo tu presencia, tal vez, tu mismo me percibiste y por eso te vas. ¿No te da curiosidad de saber lo que pasó conmigo? Yo supuse que habías muerto.
Apresuro el paso, te busco entre la gente, corro y me detengo, busco tu aroma o tu imagen, tu voz, tu calor, yo sé que puedo y me concentro para ayarte. Entonces te miro, pero la imagen no coincide, no del todo al menos. Me acerco, estas de espaldas frente a un puesto de cachivaches electrónicos, escogiendo distraídamente, sueltas lo que observas y comienzas a avanzar a pasos agigantados hacia el lado contrario que yo, y te sigo, pero no puedo avanzar tan rápido como tu, te me escabulles y pierdes entre la gente. Te he perdido, ya ni siquiera te siento, sólo doblo instintivamente en la esquina buscando al menos tu sombra, ya no siento ni tu presencia, te haz escondido perfectamente. Desolada me tumbo en el piso con la mochila entre las piernas, la abrazo, tomo aire y cierro los ojos.
-¿Qué buscas?- escucho una voz que me parece familiar pero no ubico. Levanto la vista. Eres tú. Me reconoces. ¡Cuan cambiado estas! El cabello completamente blanco, y la cicatriz que te cruza de arriba abajo el rostro, pero sigues enorme, imponente.
-A ti- contesto mientras me incorporo. Nos miramos un instante, la fuerza del reencuentro inquieta a la gente que por un segundo repara en nosotros y por un instante se hace un silencio casi sepulcral, tan solo interrumpido por el ruido de la música en venta, luego todo vuelve a su bullicio habitual. Y yo, en un ímpetu casi irreconocible, me abalanzo sobre tu pecho, te abrazo y tú correspondes el abrazo igual de intenso, pero más delicado… solías, así, tocarme.
¿Tú lo creías? Yo no, volver a verte me parecía la más grande de las mentiras.
Levantas mi mochila del piso –siempre cargas piedras- me dices, tomándolo todo tan natural, como si no hubiese pasado tiempo, me tomas la mano, entrelazas tus dedos en los míos y en tanto caminamos, damos apretones para saber que seguimos aquí. No hablamos, más que para decirnos que pararemos a comprar algo o que doblaremos en alguna esquina. Y seguimos caminando como un par de vulgares y felices turistas.
Al fin llegamos a un edificio viejo escondido entre las calles y cubierto por árboles muy altos, que a pesar de nuestros esfuerzos se niegan a tocar retirada. Subimos por una escalinata gastada, abres la puerta que rechina, y caminamos por un largo y oscuro corredor, el piso tiene grietas que siento al andar, la luz escasa y la humedad se trepa enfriando las paredes. Subimos por la escalera interior que se enrolla sobre si misma, ve tu a saber cuantos pisos, yo sigo aferrada a tu mano, tu pisas seguro, sabes que aun puedo seguir tu paso y las indicaciones que no me das.
Abres una puerta más y podemos zambullirnos dentro de un departamento chiquitito, como el que querías para los dos, tienes todo hecho un desmadre, no sé siquiera si lo que pisé hace un momento, está o estuvo vivo alguna vez; me sonrío, me miras mientras dejas tu mochila y la mía a un costado, y así inclinado, buscas mi boca, la penetras con tu lengua, y nos entregamos a un reconocimiento que interrumpimos tiempo atrás.
Nos reíamos aquella tarde. Acabábamos de hacernos el amor, desnudos, tibios, húmedos, riéndonos de alguna estupidez, repentinamente balazos, repentinamente astillas y esquirlas volando a nuestro derredor, golpes, gritos, insultos, correr tras de ti descalza, poniéndome una blusa, martillando una pistola, un último beso y la promesa de verte después…
-¿Sabes cuanto tiempo me aferré a ese último beso? ¿Cuanto desgasté el recuerdo?- No hay respuesta, sólo el abrazó insuficiente para apoderarte de mi. -¿Por qué no llamaste? ¿Por qué no me buscaste?
Nos acostamos en el sofá, entre revistas, y cables, sólo hay una luz constante en lo que parece un escritorio tras nosotros. Me apoyas sobre ti, mi oído recargado sobre tu pecho, escucho el palpitar tranquilizador de tu corazón. ¡Que pudiera tenerte así siempre!
-Cuando nos separamos abruptamente aquella vez, me hicieron esto –dices señalando la cicatriz sobre tu cara –amenazaron con buscarte.
Yo sonrío, es obvio que no sabes que me encontraron y desquitaron conmigo todo lo que no pudieron hacerte a ti. No importa, te digo mientras te beso, ya estoy bien, estoy sana, puedes besarme más. Se que te duele lo que digo, pero debes saber, como yo necesito conocer todo de ti. Aun que ha pasado tanto, tenemos que estar consientes de que aún puede pasar más.
Me desnudas lentamente, besas mi cuello, mis pechos, mi espalda, descubres allí las múltiples cicatrices, y entre tanta, las perforaciones a lo largo de toda la columna vertebral que me hiciste lentamente, durante una noche entera, con la sola compañía de cigarros y cerveza; los examinas tanto que me obligas a aceptar que no son las mismos, que los que tu hiciste me los arrancaron, y que sólo después de mucho tiempo me los volví a hacer. Sacas la hebilla de mi cinturón, es más fácil que averiguar como se desabrocha, desabotonas mi pantalón, y hundes tu mano entera dentro de mi pataleta, es encantador mirarte en la penumbra, redescubriendo un cuerpo recorrido mil veces, tomando tragos dulces, disfrutando mi presencia, y amargos, descubriendo los daños causados por manos crueles y ajenas, entre mis muslos hay dos largas cortadas que alguna vez dejaron en carne viva mis piernas, los labios de mi vagina están perforados grotescamente, allí te detienes especialmente y me besas como queriendo curarme con tu saliva, yo me limito a sentirte y agradecer tu dedicación y esa delicadeza tan característica en ti. Vuelves a mi cara, acaricias mis rasgos con tus labios agradeciendo que la dejaran intacta, yo lo sé aunque no me lo dices, vuelves a sumergir tu lengua en mí. Te desnudo a pocos, quiero alargar este nuevo encuentro lo más posible, por primera vez desde que te conozco no hay prisa, por primera vez podemos gastarnos el tiempo entero en saborearnos y enloquecernos, yo también encuentro cicatrices en ti que no conocía, todavía puedo darme el lujo de tocar lo que en tantos años nadie a tocado, por que sé que a ti, nadie después de mí te ha tocado.
A lo lejos, como si la solicitáramos, alguien pone una linda canción que hace siglos no escuchaba…
Descubrimos vos y yo,
en el triste carnaval,
una música brutal,
melodías de dolor…
Abres los ojos al escucharla y me miras, la reconoces, nos identifica, así, violento, así, me sientas a horcajadas sobre ti, y me penetras duro y contundente, fuerte, como antaño, más urgente que entonces, duele, a mi me duele y sé que a ti también, duele como una primera vez, duele como una última vez, mi corazón palpita, mi sexo palpita, y tu sexo esta caliente y mis manos enroscadas en mi espalda la sostienes y me indicas el ritmo, el ritmo que nos robaron hace tanto tiempo.
¡Carajo!
¡Más fuerte! Te exijo y te suplico y yo me muevo, tan frenéticamente que sé que te haré eyacular, me adviertes en un susurro, en un gemido, yo te beso –ya no importa- te digo, a penas triste.
…Dame tu calor, bebe de mi amor…
Así es como tras un poco me has llenado de ti. Y yo al tiempo te he humedecido abundantemente. Nos quedamos así, mirándonos, besándonos, tu pene palpita dentro de mí y mi vagina te envuelve, te constriñe. Agradecidos, devueltos a la vida nos besamos muy hondo. Tras un largo instante nos desprendemos dolorosamente y nos recostamos de nuevo y nos quedamos dormidos.
jueves, 17 de diciembre de 2009
Una Musica brutal
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